miércoles, 19 de noviembre de 2008

1ª Etapa. Mumbai-Udaipur

Llegamos a Mumbai a las 6 de la mañana y pasamos con bastante facilidad los controles de inmigración.
Al recoger el equipaje, contemplamos la posibilidad de facturar las maletas en la misma Terminal donde nos encontramos (la Terminal Internacional) para el siguiente vuelo que tendríamos que coger, 12 horas mas tarde, destino Udaipur en la Terminal de vuelos Domésticos.
Aunque vista la organización que parece imperar (equipaje amontonado por el suelo sin ningún cuidado ni orden aparente) da un poco de miedo realizarlo con tanta antelación, al final nos decidimos a hacerlo ya que nos informan de que no hay consignas donde dejar las maletas y nuestro objetivo es aprovechar esas horas para ver algo del centro de la ciudad.
La facturación es rápida. Nos despedimos de nuestro equipaje, no sin cierta inquietud, y nos dirigimos a la sala de espera donde aguardar la llegada del autobús gratuito que lleva a la Terminal Domestica. Una vez allí, en teoría, estaremos a unos 10 o 15 minutos andando de la estación de tren.
La espera es larga, unos tres cuartos de hora en una sala donde van amontonándose pasajeros de todo tipo, turistas desorientados, viajeros locales,... Al fin llega el autobús, servicio del propio aeropuerto, y sorprende verlo: asientos rotos, cables por fuera, techo descolgado... Comenzábamos a cambiar la forma de pensar: ¡estamos en India! Mientras cumpla su función de llevarnos nada importa. Estamos empezando un viaje a un país muy diferente al nuestro y lo mejor es cambiar la mentalidad y adaptarse con rapidez a las nuevas condiciones.

El trayecto es corto, pero al ser nuestro primer contacto con el exterior comenzamos a verlo todo con fascinación...¿que nos esperará?
Bajamos del autobús y comienzan a ofrecernos medios de transporte alternativo: ¡Taxi! ¡Tuc, tuc! nos gritan desde sus vehículos. Hacemos caso omiso al ofrecimiento, nuestra idea es ir a pie hasta la estación de tren.

Previamente decidimos entrar en la Terminal Doméstica para cambiar dinero en la oficina de cambio. Antes de entrar al edificio hay policía pidiendo el pasaporte y la tarjeta de embarque. Cambiamos doscientos Euros por su equivalente en Rupias, un gran fajo de billetes, y nos disponemos a salir de nuevo al exterior. Al llegar al control de policía decimos que vamos a salir y nos dicen que no, que una vez que entras al Aeropuerto (ojo, no a las salas de embarque, sino al edificio en sí) no se puede salir. Le explicamos que solo entramos a cambiar el dinero porque nuestro vuelo no sale hasta once horas mas tarde y le sonreímos diciéndole que nos interesa salir a ver la ciudad. No se lo piensa, nos devuelve la sonrisa y nos deja salir.

Tratamos de orientarnos con un plano de nuestra guía de viaje, pero resulta inútil... ante nosotros se presentan innumerables calles sin nombre que hacen imposible la tarea. Lo más sencillo nos parece preguntar a los transeúntes e ir tomando referencias para poder deshacer el camino a la vuelta.
Comenzamos a preguntar y o no nos entienden o nos indican alguna dirección errónea, puesto que pasa el tiempo y seguimos sin dar con la estación. Aquí comenzamos a entender las advertencias que habíamos leído sobre que un hindú prefiere indicarte un camino incorrecto, antes que admitir que no conoce una dirección. Sentimos que debemos estar cerca, pero no damos con ella.
Es todo tan diferente para nosotros que en lugar de seguir únicamente en nuestro intento, de repente, comenzamos a relajarnos y a disfrutar del paseo que estamos dando, a ver las gentes, sus saludos y sonrisas, sus miradas escrutadoras, las casas, la vida en la calle, los saris, los carros, camiones, motos, animales... innumerables medios de transporte en un "ordenado" caos que nos imbuyen en una ciudad viva. Sentimos los aromas de la comida en la calle, el olor dulzón a basura, el de los excrementos de las vacas...
Sacamos la cámara y realizamos las primeras fotos y, con ella, la gente se nos empieza a acercar pidiéndonos un retrato. Todo es tan distinto... hay tanto que observar, que el tiempo parece dilatarse y casi sin darnos cuenta hemos conseguido llegar a la estación.

La estación, desde el exterior, no guarda parecido alguno con el estereotipo que tenemos fijado aquí. Solo recuerdo unas escaleras metálicas y unos tejadillos de chapa. Subimos y preguntamos dónde sacar los billetes. Un señor nos dice que es en otra zona...y nos pide que le sigamos. Deshacemos el camino, bajamos de nuevo a la calle y entramos por otra zona en la nos indica donde están las taquillas. Comenzamos a conocer la amabilidad hindú en la que no se pide nada a cambio...
Hacemos cola frente a la taquilla. Cuando por fin nos acercamos a la ventanilla se nos interponen delante otro futuros viajeros reclamando su billete. ¡Otro tópico del que estamos advertidos!... los hindúes tienden a saltarse su turno. Me espabilo, me meto delante de los siguientes que intentan pasarme y consigo nuestros billetes. No recuerdo el precio exacto, tal vez unos 40 céntimos de Euro por un viaje de tres cuartos de hora hasta el corazón de Mumbai. Andén 2, nos dicen.
Caminamos por la pasarela que nos llevará a nuestro tren y nos detenemos a observar las vías. Hay casas junto a ellas y lo que nos llama mas la atención es la cantidad de gente que a lo lejos se ve a los lados de las mismas, andando por ellas o cruzándolas. ¿Buscan algo?, nunca lo supe, pero me quedé con esa imagen en la memoria...

Nuestro tren se acerca bajamos la escalera a toda prisa y entramos. El vagón no tiene puertas. Todo el interior es de hierro pintado en un tono ocre-amarillo. Hay ventiladores en le techo y los asientos son corridos, de tres o cuatro plazas (en función de lo lleno que vaya el vagón, como pudimos comprobar más tarde) y enfrentados unos a otros.
Opuestamente a lo que aconsejaba nuestra guía de no coger el tren en hora punta debido a la gran cantidad de pasajeros que podríamos encontrar, el vagón donde nos encontramos va prácticamente vacío.
Nos sentamos junto a una de las ventanas. No tienen cristales pero si rejas. Comenzamos a ver la vida pasar...

De ese trayecto recuerdo la atención dividida entre el exterior y el interior del vagón. Por la ventana vemos la gente junto a las vías, trabajando, agachados buscando algo que desconocemos o simplemente viendo la vida pasar en cuclillas, la clásica postura india. A nuestro lado, el vagón empieza a llenarse de pasajeros que nos observan con la misma curiosidad que nosotros demostramos hacia ellos.
Un hombre entra cantando y nos pide una limosna. Minutos mas tarde entra un niño de unos 6 o 7 años que se pone a barrer el vagón con una escoba hecha de rastrojos. Tras limpiar un poco el suelo nos pide dinero, pero a los niños no se lo damos. En cambio le ofrecemos un bolígrafo que recoge con poco entusiasmo antes de bajarse del tren.

Los cuarenta y cinco minutos de viaje pasan rápido, estamos entrando en la Estación Churchgate.

Antes de salir al exterior, en el mismo andén al que llegamos, aprovechamos para sacar alguna foto de los trenes pero la policía de la estación nos dice que está prohibido hacer fotos y se aseguran de que borramos las que ya tenemos hechas… ¡una pena!

Salimos, plano en mano, destino a la Estación Chatrapati Shivaji (Estación Victoria). Por el camino nos entretenemos observando el ambiente de la calle, los característicos taxis negros de techo amarillo, los mercadillos callejeros de ropa y baratijas de Veer Nariman Rd. Cruzamos por el parque Oval Maidam y paramos frente al Tribunal Supremo. Es un edificio de piedra y ladrillo que destaca por su estilo neogótico. Nos llama la atención que pese a ser un edificio oficial, trasluce cierta dejadez en el mantenimiento tanto del propio edificio, como de sus jardines.

Continuamos el paseo por Dr Dadabhai Naoroji Rd. Aprovechamos la sombra de los soportales y caminamos bajo ellos entre tiendas que sacan sus productos a la propia acera. Aquí comenzamos a tener contacto con la gente de a pie. Nos saludan, miran con curiosidad la cámara de fotos.
Mientras, empezamos a darnos cuenta de la cantidad de cuervos que sobrevuelan las calles de Mumbai y picotean la basura acumulada en las esquinas. El olor es fuerte y se acrecienta con el calor, pero venimos mentalizados con lo que os encontraríamos y salvo en determinadas zonas en las que es más intenso, no es mayor problema.

En los alrededores de la Estación Victoria el tráfico es caótico. No se respeta a los pasos de peatones, apenas a los semáforos. Bullicio de viandantes y cláxones a partes iguales. Se amontonan motos, tuc-tucs, coches, camiones autobuses…
La Estación impone. Es un enorme edificio gótico de la época colonial que es Patrimonio de la Humanidad, repleto de grabados en piedra, torreones y cúpulas. Pasamos a su interior y durante un momento contemplamos el ir y venir de viajeros de los más diversos orígenes y apariencias.

Deshacemos nuestro camino y esta vez vamos en dirección a la costa con la idea de avistar el Mar Arábigo desde la Bahía de Back.
Nos cuesta cruzar una avenida en la que nadie cede el paso y al fin estamos en el paseo marítimo. Desde aquí tenemos una gran panorámica de las zonas de Chowpatty y Malabar Hill. A los pies del muro en el que nos sentamos no hay más que una barrera de tetrápodos a los que llega, mansamente, un agua de color amarronado.

Se nos acerca un lugareño y comienza a decirle algo a Raúl señalando su cara. No le entendemos, pero el nos hace gestos y nos apunta hacia su oreja. Llegamos a creer que puede tener algún tipo de bichito pegado, pero nada mas lejos de sus intenciones. Deducimos, al ver las pinzas de depilar que esconde en una de sus manos, que este singular personaje es un limpiador de orejas profesional que vaga por las calles prestando sus servicios en parques, paradas de autobús etc. Insiste, nos enseña un grupo de bastoncillos que empuña en su otra mano y nos dice “solo mirar, solo mirar”. Le decimos que no, pero hasta que no nos ponemos un poco serios no ceja en su intento por vernos las orejas… ¡alucinante!

Se hace la hora de volver a coger el tren y regresar al Aeropuerto.

Como es la primera parada de la línea, cogemos asiento, pero en un par de paradas más va lleno y con la gente con medio cuerpo fuera de las puertas.
Nos levantamos de nuestros sitios un par de paradas antes para ir cogiendo posición frente a la salida, ya que nos tememos que puede ser complicado abandonar el vagón en los pocos segundos que para el tren en cada estación.
Cuando llega el turno de bajarnos hay que hacerlo casi en marcha puesto que, en el andén, ya se amontona la gente que va a subir dispuesta a no ceder ni unos centímetros para que los que vamos a apearnos podamos hacerlo.

Logramos salir del vagón y dejamos que la gente comience a subir las escaleras hacia la salida. Nos quedamos rezagados para iniciar el ascenso con mas calma y aprovechar para sacar alguna foto.

El paseo hasta al aeropuerto ya lo deshacemos sin entretenernos. Una vez allí, procedemos a pasar los controles de seguridad antes del embarque.
Tenemos que depositar todos los objetos que llevamos en la cinta de los Rayos X y pasar por separado, hay un control para hombres y otro para mujeres, para que nos cacheen y pasen el detector de metales. Una vez superada la prueba nos ponen una etiqueta del control efectuado en cada objeto que portamos. Es muy importante que no quede nada sin su correspondiente etiqueta, puesto que sino no nos dejarán subir a bordo con dicho objeto.

Embarcamos destino Udaipur sin mayor problema. Es un viaje de aproximadamente hora y media de duración. Vemos el atardecer mientras sobrevolamos grandes extensiones de cultivo, ríos y lagos.

Bajamos del avión y nos dirigimos a recoger el equipaje rezando para que todo haya llegado. Minutos mas tarde vemos aparecer nuestra primera maleta y empezamos a darnos cuenta de que frente a la apariencia que la India muestra al viajero, su aparente caos oculta un sistema que, al menos en nuestro caso, ha funcionado perfectamente.

Antes de cruzar el umbral de la puerta al exterior creemos vislumbrar a Mahendra, nuestro conductor durante los próximos dieciséis días, con un cartel con nuestros nombres. Nos dirigimos rápidamente a él, le saludamos y nos sorprende hablándonos en un correcto español.

Subimos a su Ambassador y nos explica que el Aeropuerto se encuentra distanciado de la ciudad a unos veinte o veinticinco kilómetros. Se está poniendo el sol, pero aún llegamos a divisar el paisaje en la distancia y las primeras vacas en la carretera.
El trayecto transcurre rápido entre nuestras preguntas y sus explicaciones y entramos en Udaipur.

Si nos había sorprendido el tráfico de Mumbai en el que se respetaban, relativamente, los semáforos y las direcciones de circulación aquí, en Udaipur, nos vemos en medio de un cruce con coches, camiones, motos y animales en todas las direcciones posibles y sin orden alguno, ¡el coche está literalmente rodeado! No perdemos ojo de los que transcurre en el exterior.
Abandonamos las afueras de la ciudad, con calles mas amplias, para imbuirnos en un laberinto de callejuelas hacia nuestro hotel.

Prácticamente todas la viviendas tienen un comercio en su planta baja. Principalmente vemos tiendas de artesanía, de especias, de legumbres, de enseres y utensilios metálicos para cocinar… recuerdo especialmente una lavandería muy pequeñita desde la que su propietario me muestra una amplia sonrisa y me saluda, ¡es una sensación genial! Me faltan ojos para observar mi alrededor.

Llegamos al hotel Amet Haveli, un “Heritage hotel” ubicado en un edificio de 350 años de antigüedad a orillas del Lago Pichola. Estamos cansados del viaje y decidimos quedarnos ya alli para descansar. Quedamos con Mahendra para el día siguiente y subimos a la habitación.
Es amplia, muy limpia, con una ventana que da directamente al lago y a las vistas que desde él se tienen de la ciudad iluminada… ¡parece un cuento!

Bajamos a cenar al restaurante Ambrai, que forma parte del propio hotel. Se cena en una terraza encantadora, iluminada únicamente con velas, que está situada ante el mismo lago. Desde aquí, además de sobre la ciudad situada en la orilla oriental del lago, se tienen vistas de las islas Jagniwas y Jagmandir y sus respectivos palacios convertidos hoy en día en hoteles.

Este es el primer contacto con la gastronomía del país. Cenamos Vegetal Biryani (arroz con verduras), Tandoori chicken (pollo macerado en una salsa de yogurt y asado en un tandoori), garlic naan y cheese (pan típico de la India con ajo y queso) y helado de mango.

Después de la cena fuimos a dar un paseo al Hanuman Ghat. Los Ghat son escalinatas que descienden a lagos o ríos donde los hindúes realizan sus oraciones, se asean, lavan la ropa o, en poblaciones como Vanarassi, incineran a sus muertos.

Éste Ghat está situado, en la orilla opuesta del lago, frente al palacio de la ciudad. Allí nos encontramos con dos perros en busca de un poco de cariño y al cabo de un rato con dos chicos que, al vernos, se acercaron a hablar con nosotros.
Aquí empezamos a descubrir el carácter afable y curioso de los hindúes. Lo que empieza con un simple “hello” desemboca en una conversación en la que acaban contándote su vida y tu la tuya. Las costumbres de cada uno, de su país, su situación personal, el motivo de tu viaje… en definitiva, una conversación de casi hora y media y un rato muy agradable con ambos, en una escalinata sombría pero con unas vistas indescriptibles sobre la ciudad. Una buena manera de acabar el prime día de viaje.

1 comentarios:

Ana dijo...

Jajajajaja me encanta como lo relatais!!! K recuerdos... Mumbai parece mentira xo engancha, a mi me enamoró...Lo mejor d todo lo del señor q limpiaba las orejas... jajaja habeis visto un país donde cuiden tanto su higiene de las orejas?? juas juas
Besitos, y poned fotooooooooooos!!!
Muak